Lectura de domingo

MI MADRE

Ayer, regresé de un viaje que me llevó a reencontrarme con mi madre.

   Estuve a su lado cinco días. Pasé con ella los festejos de fin de año. Traté de atesorar cada momento que estuvimos juntos, pues tal vez la vuelva a ver en un par de meses. O tal vez en más tiempo. No lo sé.

   Lo más signicativo, aparte del reencuentro (no la había visto desde hacía medio año), fue que ya ha vuelto al departamento que habitaba hacía años, pero que por cuestiones circunstanciales de la vida (mudanzas, arrendamientos, proyectos alternos, etc),  había dejado en casi la absoluta soledad durante poco más de 15 años. Y digo que es significativo pues, en ese lugar, entre cuatro paredes color pistache (ahora son de melón), transcurrió mi adolescencia y la primera mitad de mi simple juventud.

   Al entrar a ese departamento surgieron en mi corazón y en mi piel recuerdos que pensé que ya habían sido arrastrados por  el viento del olvido. Singular apreciación, pues de vez en vez, cuando la razón se encuentra en medio de la tormenta cotidiana de los quehaceres mundanos, se atisbaba en la inmensidad del oscuro bosque un haz de luz endeble que precedía a algunos recuerdos de esos años que, a pesar de haber sido pocos, fueron muy significativos.

   El departamento de mi madre tiene en sus esquinas murmullos, voces, risas y llanto. Cada pared, cada puerta, cada ventana, parece tener la boca cerrada con una mano para no anunciar los secretos que cada uno de sus habitantes en algún momento dijeron, callaron, compartieron o, simplemente, sólo imaginaron. La habitación que compartí con mis hermanos (somos tres, los tres, hombres), es muy pequeña. No puedo imaginar la forma o manera en que logramos crear cierto ambiente de convivencia y frágil armonía.

   Tal vez, uno de los recuerdos difíciles de olvidar, sea el momento en que dibujé una de las más famosas pinturas del español Pablo Picasso, La Guernica.

guernica

   Ahora que escribo estas lineas, me parece un veradera blasfemia decir que dibujé; lo más idoneo es aclarar que lo que hice en aquel entonces sólo fue una travesura de alguien con tendencias a usar mucho la imaginación o de creerse capaz de reproducir algo tan grande como lo creado por tan fantástico genio de la pintura.

   Usé una pared, y si mi memoria no me falla, creo que decidí poner punto final a mi osadía al borrar y volver a dibujar la parte superior y central de la pintura, en donde una lámpara parece iluminar la tragedia.

Hoy ya no hay nada en esa pared. Sólo una capa de pintura barata color naranja claro. Queda un recuerdo. Queda una adolescencia con casi ningún punto de referencia. Eso queda. Y mi madre.